sábado, abril 3

Trozos.

No se qué es lo que pasa, pero cada vez que intento soltarme del todo, algo se mueve, y no sólo por dentro, y vuelvo a agarrarme.

Sí, como una niña asustada que cree que corre peligro cuando camina sóla por las calles de la ciudad, porque así la han enseñado a sentirse.

¿Sabes?

Todo siempre tiene una explicación, aunque no seamos capaces de verlo.

Podemos entender la vida como un día eterno, aunque asusta y nos hace obcecarnos y lamentarnos por los momentos que vamos perdiendo.

O podemos entender la vida como una suma de preciosos dias sin sentido, esto aterra, sobre todo para quien le busca el sentido a todo un sinfín de sinsentidos.

Una vez me atreví a lanzarme al vacío en busca de un estado de ataraxia, suma de equilibrios, balance interior hacia el exterior. Salté, se creó un sórdido silencio, en el cual a modo de toma cinematográfica casi perfecta pasaba de la euforia al llanto en cuestión de segundos, hubo un segundo de calma, pero...

Me estrellé contra el suelo.

Recuerdo a alguien.

Alguien recogiendo mis pedazos, murmurando en silencio.

También recuerdo esas ganas de hablarle, de rogarle que por favor no tocase ni uno solo de esos trozos, que en todo caso, los destrozara en pedacitos más pequeños, y los escondiera.

Pero no.

Él seguía murmurando cuando terminó de recoger mis pedazos y juntarlos poco a poco, pude ver como se marchaba, no se que rostro tenía, siquiera recuerdo más que el murmurar de sus labios.

Y su juego de manos para esconderse en un bolsillo uno de esos pequeños trozos.

No lo sabe, pero lo vi.

¿Y ahora qué?

Todo está en su sitio, pero yo pierdo el tiempo escuchando canciones en las que encontrar algo que no se bien el qué es.

La gente que me rodea me transmite mucho calor, pero sigo temblando de frío.

Esta ciudad es horriblemente bonita, pero mi mirada se clava en el suelo.

No consigo caminar más de dos pasos sin perder el equilibrio.

Acaba con esto.





Ya.

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