viernes, marzo 26

Amor al bar, amor en el bar.

"Yo sólo puse una condición: jamás juntos en una taberna irlandesa. Tú no te quedaste atrás. Nada de garitos indies, nada de espirales pop, nada de jóvenes ebrios abrazados, entonando himnos generacionales de los Planetas, o los Pixies, al despuntar el alba.

Me gustaron tanto tus fobias, que no pude evitar caer rendido a tus pies. Supongo que algo parecido te pasó a ti. Enamorarnos en aquel tiempo era tan sencillo. Bellos, jóvenes y becarios de investigación. Dinero fácil, y mucho tiempo libre para gastarlo. Pronto comenzamos a ir juntos a los bares.

No comprendo a la mayoría de la gente. Se emparejan y desaparecen de los bares. Llaman “salir con alguien” a quedarse todo el día en casa, comiendo pizzas y viendo los DVD que regalan con Público. Tú y yo no íbamos a renunciar a los bares. Nuestro amor se desarrollaría a lo largo de una cuidada selección de establecimientos hosteleros (preferentemente nocturnos) del Estado español. Verte pidiendo otra caña más en La Aguja de Lavapiés (Madrid), o una absenta de fabricación casera en El Marsella del Raval (Barcelona), son imágenes de una poesía difícil de explicar a un abstemio, o a un vecino afectado por nuestros ruidosos hábitos nocturnos. Recordarte así, aún pasados tantos años, sigue conmoviéndome.

¿Bebíamos demasiado? Bueno, tal vez. Tampoco diría que fuésemos alcohólicos. En general nos gustaban esos sitios en los que puedes alargarte hasta las tantas, bebiendo y hablando, cualquier día de la semana. Pequeños y acogedores como El Olivar y El Paraguas, en el Oviedo Antiguo, El Largo Adiós en Valladolid, o La Masía, uno de los últimos reductos de la Barcelona preolímpica. El Marzana 16, en Bilbao la Vieja, con su barra de azulejos y mármol, lograba la perfecta síntesis entre las tascas telúricas que tú buscabas y mi devoción por el moderneo snob. El licor café y los vinos a 50 céntimos del Mosquito, en el barrio de San Pedro, de Santiago de Compostela, pronto se convertirían en otro clásico fuera de discusión.

También bailábamos. Recuerdo sudar contigo en las pistas del Bullit de Bilbao, La Caja Negra y El Flamin de Oviedo, o en el Afrodisia de Granada. Los baños se convirtieron entonces en lugares especialmente propicios para el amor.

No se en qué momento se empezó a joder todo, pero seguro que tuvo que ver con la nueva ley de horarios de cierre. Fantasía se moría, y para darnos la puntilla, la Universidad nos cortaba el grifo. Tú propusiste juntar nuestros pocos ahorros y recorrer el mundo, escribiendo algo así como una guía universal de bares. No llegamos muy lejos. En Lisboa dimos lo nuestro por concluido. Antes nos repartimos los bares de la ciudad. Para mí los del Bairro Alto, para ti los de Alfama.

Ahora me he enterado de que estás con un indie malasañero que te arrastra al Ocho y medio y al Nasty. Mi vida no es mejor. Salgo con una asturtzale, y curro en un chigre celta de Xixón.



PD: Estoy del folk y de la cerveza negra hasta los cojones.

El mundo es un lugar extraño, y yo os echo mucho de menos, a ti, y a nuestros bares."


Diagonal.

No hay comentarios: